martes, 29 de septiembre de 2009


Búsqueda

AUTORA: MERCEDES PEREYRA

Sentada, con la vista fija y todo su cuerpo temblando lo observaba.
El laberinto la invitaba a entrar y ella comprendía que este no era tal, si se esta afuera. La acción se da dentro y él la invitaba a la acción.

Su recorrido implica un transcurso de tiempo y espacio y por lo tanto también una narrativa.
Si pensamos solo en un muro, pensamos en una especie de serpiente, en un jardín o en un dibujo de espirales con una entrada y una salida.
Lo imaginamos a vuelo de pájaro, lo cual significa que siempre pensamos en un laberinto desde afuera y arriba… y es natural.
Si queremos recorrer el secreto del mismo, la mejor posición para hacerlo es a través de la contemplación del todo.
El placer de un laberinto-parafraseando a Roland Barthés- está en el recorrido que hacemos de el.

Asomada a la ventana, acepta el desafío y asume que el laberinto, es un lugar donde es fácil entrar, pero difícil salir y en cuyo interior quedará sometida a una serie de opciones de resultados imprevisibles.
Se siente como el Minotauro condenada por los dioses a ser cruel, encerrada en el fondo de él.
No soporta más la presión y se lanza a recorrer e internarse en una serie de pasajes, galerías y cámaras, mientras la desventura y la ansiedad hacen presa de ella hasta que, en el fondo del corredor se topa con la luz.
Abundaron en su trayecto corredores sin salida, altas ventanas o aparatosas puertas que daban siempre a celdas o pozos oscuros.

Pero al llegar, culminando su desesperada búsqueda, la ciudad la sorprende dominando por lo imponente y colosal y la aterroriza invadida por formas altaneras y masivas, donde lo sublime desaparece.


Escritura, lectura y corrección

Lectura de producción literaria


Taller en la Casa de la Cultura

LE ESCRIBO A LA JOVEN QUE FUI…

AUTORA: BEATRIZ COBOS
Estoy sentada frente al ventanal que da al parque.
Tengo entre mis manos una fotografía sepia, que me muestra a la joven quinceañera que fui. La aprieto junto a mi pecho y pienso: ¡Beatriz, cuántas ilusiones y emociones saturaban tu vida por aquellos días! Creías que al mundo lo podías atrapar con sólo quererlo. El amor era tu motor de vida, por una mirada del chico querido dabas mil vueltas manzanas. ¿Te acordás los primeros paseos con él? ¡Ah! Eso sí, acompañados por alguna de tus hermanas, no estaba bien visto que los novios salieran solos. Después como un remolino de sucesos y hechos llegaron los momentos inolvidables, la boda, los nacimientos, los títulos y las ausencias… Uno a uno se fueron, en pos de sus propias vidas. Entonces la casa quedó grande… inmensa. Había rostros amados por todas partes: juguetes, cajitas de música y hasta marcas atrás de la puerta de la cocina, señalando lo que cada uno iba creciendo los primeros años. Nunca quise mudarme, porque en cada cosa que miro, siento la emoción de lo vivido. ¡Si hasta identifico por el olor a sus dueños! Y yo lo disfruto.
Cuando los ciruelos blanquean de flores me emborracho con el perfume, me acuerdo de las diademas y pulseras que hacía con ellas, cuando niña. ¡Fui feliz! ¿Seré conformista? No, después de tanto vivir he aprendido a gozar de lo que cada instante me presenta. Cada surco en mi cara es un rastro de vida. Cuando siento que la soledad me invade o los años me pesan, recurro al arcón de los recuerdos y entonces vuelvo a revivir en la muchacha que fui, con todas sus ansias y utopías… Y me veo como ayer envuelta en las galas blancas de mis jóvenes años, y me mareo con las vueltas y giros de aquellos pasos de baile, y entonces siento que la vida merece ser vivida y disfrutada hasta el último brindis.

ALEGORÍAS

AUTOR: RODRIGO TACACHO
Quise atesorar
mil recuerdos…
Quise poseer
la eternidad
entre
mis manos
y
melancólico percibí,
que el mar
no se puede
atrapar entre mis dedos.
Y en ese instante…
Me obstiné,
me empeciné
en aguardar
bajo
la refulgente luna,
la palabra
inspirada del poeta
que glorifica
los deseos,
imaginándolos parte
de un mismo sueño,
alabándolos
como remotas
alegorías nocturnas,
que
se tornarán
en luz de razón.

APUNTES A LA HORA DE DORIR

AUTOR: OMAR ARGENTINO GALVÁN

Sin darme cuenta, me descubro haciendo lo que ella, pasa algo y me echo a dorir. Dorir no es más que dormir, pero con ganas de morir. No necesariamente son ganas de morir, son ganas de eso, de dorir. Morirse un rato (largo para un sueño, corto para una muerte) y levantarse esperando que todo –o gran parte- haya pasado. Claro que el dorir es adictivo. Uno se duere y quiere seguir duriéndose, a toda hora, a cualquier hora. Y espera... pero nada pasa. Nada pasa. Siempre hay otro. A veces me duermo (de dorir) con la esperanza de encontrarnos en un sueño. De encontrarnos realmente en un sueño, que al despertarnos corramos de una punta a la otra de la ciudad que no duerme. Pero no pasa. Nada pasa, y hasta suelo olvidarlo todo al despertar para recordarlo recién cuando el espejo también gastado del botiquín me devuelve.
Lo de encontrarse en un mutuo sueño simultáneo se nos ocurrió cuando era chico mirando un dibujito de Bugs Bunny en donde eso sucedía. Con Julián jugábamos a que nos íbamos a buscar de noche. Nunca nos salió. Por esos días, lejanos días, jurábamos intentarlo siempre hasta lograrlo. Pero ya ven; los chicos, las mujeres y las malas canciones utilizan los “nunca” y los “siempre” con absoluta impunidad. Y ahí nos tienen a Julián y a mí, durmiendo sin intentar... Ahí está, la pueden ver acompañada en la misma puerta que nos vio. Y acá me tienen a mí, repetitivo como siempre, moralista como nunca, un poco destapado para dorir.

DIARIO DE LA DEMASIADO CERCANA
MUERTE DE MI PADRE 10 DE MAYO

Volviendo a Avellaneda lloré al ver el amanecer desde el puente. Sentí que ahí estaba mi viejo: uno más trabajando en las tramoyas del nuevo día, en el arnés del sol.

NOVIA

Mi última novia duerme entre flores, sueña un color. Por ella soy capaz de beber el agua de todos los cementerios.

LOS NUEVOS RICOS

AUTORA: NORA DÍAZ

En el condado de Villa Domínico, justo en el barrio residencial de Corina, una nueva familia ha asentado su próspera y rica humanidad.
Se trata de los García Fernández Pérez que tuvieron la buena fortuna de ganar en el Bingo Avellaneda, una jugosa cantidad de dinero, y pensaron que no hay nada mejor como mostrarse ante los vecinos en toda la amplitud de su riqueza, “para que revienten, vio?”
Lo primero que hicieron fue comprar un terreno, es decir, una manzana. Parquizaron con pinos y ombúes, y en el medio levantaron una suntuosa y rica propiedad. La llenaron de obras de artes y objetos de alto valor, y decidieron dar una fiesta para ingresar con todo en la alta sociedad.
La familia está compuesta por: el Cholo, ex camionero de la empresa El pozo ciego brillante, que se dedica, justamente, a esa tarea tan importante…
Zulema, la esposa, especialista en dietas alimenticias para la pérdida de peso. Ingresó al grupo ALCO y al poco tiempo se retiró con la convicción de que es mas importante ser una gorda conocida que una obesa anónima. Pesa ll8 kilos y mide un metro cuarenta y dos, comentarios al margen.
Los mellizos Axel Brian y Johnnatan Hilt , adolescentes, diecisiete años, acné y sobrepeso, no se bañan por falta de tiempo. Además, “si no jugamo en la tierra, ¿de que nos vamo a ensuciar?” consumidores a full de gaseosas, comida chatarra, televisión y juegos virtuales.
Recurrieron a la empresa de “Fiestas y eventos la Piñata Loca” y ellos le organizaron todo…
Al Cholo lo único que le interesaba, era que hubiese comida y vino, “que no falte nada que no falte” el resto no era tema de su incumbencia.
Los mellizos quería chicas jóvenes, no porque pudieran abordarlas, sino porque les encantaba ver buenos escotes y piernas desnudas, y en base a eso dejaban volar su imaginación…¡y hay que ver como se imaginaban todo!¡horas y horas de imaginaciones!
Zulema fue mas astuta, y pidió información sobre algunas cosas puntuales para poder tener tema de conversación. Convengamos que ella no era muy instruida, su lectura se limitaba a Diógenes y el Linyera de Clarín, la revista Papparazzi en la peluquería y alguna receta de comidas de los envases de harina. Pero se preparó como corresponde a una gran dama, y se movió entre los invitados como una lady.
- Señora, ¡su casa es maravillosa!- Adularon
- Si. Todo es de primera calidad, las escaleras son de mármol de carrera , las pinturas son originales que elegimos con mi marido, los invito a verlas - y explicó.
- Esas son las monjas desnudas de Goya que pintó un gallego hace mucho tiempo, dijo refiriéndose a las majas desnudas. Luego pasó a una muy buena copia de La Gioconda, y explicó, con buen criterio, que “Hicimos hacer una copia mas grande, porque el cuadro de Leonardo era muy chico, a mi me hubiese encantado que la hicieran mas sonriente, pero en fin…no me hicieron caso” Al lado se encontraba un cuadro de Frida Kahlo titulado “Autorretrato con mono”, pero Zulema remató su visita guiada diciendo que “y esta es la mona lisa”.-

Graciosamente se acercó a la ventana que daba al parque, e invitó sus invitados a observar dos fuentes que intercambiaban chorros de agua y explicó.
- La fuente de la derecha representa a las sífilis mujeres muy flacas y desnutridas, y la de la izquierda es la fuente de las sardinas , por Las Nereidas de Lola Mora.
Habló del mobiliario, de las alfombras, del personal de servicio, y comentó que sus hijos pronto correrían en fórmula I .
No faltó quien se interesara por este detalle, y preguntaran sobre el cuando y porque, a lo que contestó con la soltura que se había hecho carne en ella.
- cuando no se, pero la DOTORA me dijo que los dos tienen características de AUTISTAS.
Cuando los invitados pensaban que esta reunión sería inolvidable para ellos, llegó la frutilla de la torta, fue cuando, subiéndose a una silla invitó a todos a cenar a los gritos, y remató la sugerencia diciendo:
“por favor, no se lleven nada, miren que estamos estrenando, para que ustedes coman con el mayor de los lujos, una importante vagina de plata con copas de cristal rocoso.”

La fiesta fue increíble. Por semanas Zulema llevo una sonrisa de triunfo pegada en el rostro. Para los invitados…también fue difícil de olvidar.-


Nora Díaz presentó su libro "Punto y coma" en instalaciones del Centro Cultural Barracas al Sud.
Participa de los talleres de los viernes


Grupo literario de los viernes
estamos desde 1996 en el Centro Cultural Barracas al Sud

CANCIÓN POR JUANITA


AUTOR: PEDRO SOTO


Una mano traviesa ha colocado
tu carita de uva en la pantalla,
dos farolitos negros que me conducen
por el dulce camino de la nostalgia.

Y siento que me miran en tus ojitos
los infinitos ojos del universo,
un racimo de Juanas que me iluminan
caminando la sangre del sentimiento.

Y me voy por tus ojos hacia otro tiempo,
a buscar las caricias de su regazo,
a compartir historias mate y costuras,
con la risa y los sueños de mis hermanos.

Y siento que me miran en tus ojitos,
los ojos del regazo de mi inocencia,
esa Juana más vieja, piel de tabaco,
con misión de semilla sobre la tierra.

Cuando cierren mis ojos quiero llevarme
tu carita de uva, con mi silencio,
para alumbrar la noche de los olvidos
y sentir que la muerte…sigue viviendo.

TRES MUJERES



AUTORA LELY PEIRANO


Ellas sabían y por un acuerdo tácito se habían acostumbrado a ello, el padre pasaba una breve temporada y luego desaparecía. Él tomaba su valija, abrazaba a su mujer y a sus niñas y después se iba. Al llegar a la esquina, sacaba el brazo por la ventanilla saludaba cariñosamente y aceleraba.
Entonces las mujeres entraban a la casa y continuaban con sus tareas. Desde ese momento nadie mencionaba a papá.
El dinero habido en la casa, si se llevaba una vida metódica era suficiente, es más les daba cierta holgura como para ir periódicamente al cine, a tomar el té al “Cisne Azul”, o comprase algún vestido de moda.
La familia, a pesar de las oleadas de rumores y maledicencias, era feliz...
Las niñas sentían arder las orejas cuando volvían del colegio y las comadres que barrían las veredas murmuraban en voz baja:_¡¡ viajante de comercio no es, así qué vaya a saber una, a qué se dedica este hombre!!....
También la madre (que era maestra además de joven y bonita), más de una vez al volver de su trabajo, tuvo que ponerle los puntos sobre las ies a algún vecino que al verla sola, se pasaba de la raya.
Lo sorprendente y lo que ellas no contaban a nadie, era que en los fondos de la casa mantenían unas palomas mensajeras con las que seguramente se conectaban con el ausente. Y digo sorprendente porque en esta era de las comunicaciones: teléfono celulares, fax, internet, comunicarse con palomas sonaba ridículo.

Regularmente se distribuía en la parroquia y en la santería del pueblo un periódico católico proveniente de la capital que informaba sobre catequesis, santoral, información vaticana y todo tipo de noticias referente al clero y a las actividades del laicado. Como costaba unas pocas monedas, la mayoría de los fieles lo compraba.
Ese día (recuerdo bien que fue un 20 de septiembre, porque yo había concurrido a la panadería a comprar los pancitos de viena para el festejo del día de la primavera) los vecinos se empujaban por leer una noticia del mencionado diario. Mediante algunos codazos, pude llegar al meta y asombrado más que asombrado, espantado, leí:

“Su reverendísima santidad, el actual Papa, ha ascendido a la categoría de Obispo de Paraná a Monseñor Oscar Miranda, cura párroco de la Parroquia “Nuestra Señora de Fátima” de la localidad de Las Lomitas –provincia de Buenos Aires.”
Debajo del artículo, una nítida foto, no dejaba lugar a dudas, ¡¡se trataba del marido de....Y del padre de las!!...
En un minuto se armó la tempestad: los más violentos del pueblo, armados de piedras y palos, se dirigieron a la casa de las mujeres, otros se juraron no dirigirles más la palabra. Y la directora del colegio privado donde trabajaba la madre, la destituyó inmediatamente, mientras rescindía de la matrícula a las niñas.
Cuando llegó la horda, las palomas enfurecidas se volvieron contra los atacantes y les picaron los ojos, luego asociadas a los pájaros del lugar, custodiaron a las mujeres hasta la estación de tren, y las acompañaron un largo trecho del viaje
Ahí ellas se prometieron no volver jamás a aquel pacato e intolerante pueblo.

LA CAUDILLA

AUTOR: AMERICO BARRACHA


Como un anuncio de la declinación de su estrella, sintió Francisco Ramírez la derrota de 1821.
Reunió unos cuatrocientos hombres y huyó hacia el interior del país. Se encontró con el caudillo chileno José Miguel Cabrera el siete de junio, a orillas del rió Tercero, juntaron mil hombres y decidieron emprender una campaña contra Bustos, gobernador de Córdoba.

Vivaqueaban en una abra –rodeados de talas y espinillos- cubiertas las espaldas. Los fuegos eran celosamente cuidados para no denunciar la posición. Ambos caudillos –cautelosamente- planificaban la maniobra, haciendo las marcas en el suelo. La Delfina se acercó...
_Mi general...
_¡Espéreme! _Fue la respuesta-orden de Ramírez.
Arrebujada en su poncho, caminó lentamente hacia el río. Un centinela, sobre un montículo, hacía guardia.
El general la alcanzó y le hizo apurar el paso. El soldado advirtió:
_No se alejen mucho, el bicharaje parece alborotado, como si alguien estuviera husmiando...
_¡Mantengasé alerta!

La noche de junio –tachonada de estrellas- hacía presumir helada de manto blanco. Cuando calcularon que estaban a cubierto de miradas indiscretas, se abrazaron y se besaron con ardor.
Ella había recogido una ramita de yerba buena y la tenía en su boca, mordisqueándola. Como si el aroma de sus labios exacerbara su amor de potro salvaje, él la ahogó en besos y cariñosos mordiscos, mientras recorría su cuerpo con las manos.
Buscaron un refugio entre dos árboles –donde acomodarse- y se poseyeron con desenfreno. El atavismo de las amazonas, que recibían, sólo una vez al año a los hombres en el Ponto Euxino para procrear, surgió inconsciente en ella.
_¡Pancho! ¡Quiero un hijo! Un hijo tuyo...
acallados los estertores de l pasión, ella se arrebujó en sus brazos y con los ojos entrecerrados, miraba la lejanía. El alcanzó a ver con el claror que descendía de esa miríada de estrellas, dos diamantes en las comisuras de sus ojos.
_¿Por qué sufre, mi prienda?
_Este Carrera no puede ser su aliado...
_Sabe que no me gusta que se meta en cosas de hombres.
_Cuando me metí, y me hizo caso, no le fue mal. Hay cosas que las mujeres intuimos sin razonarlas. Éste es un bandido y usted un hombre que lucha por la Patria.
_¿Patria? ¿Después de todo lo que he padecido por ella? Mi patria es usted, mi vida...

Dialogaban ausentes. Ella recordaba el día que lo vio por primera vez, el flechazo que sintió. Apenas unos tres años atrás y su inmediata simbiosis: amor, ideales, pasión, luchas... –su total transformación-.
Él creyó ver, en el rielar de un río cercano, su figura de hacendado joven cuando se asoció con la causa de 1810 como chasquero entre Díaz Vélez y Rondeau, y luego se levantó en armas contra la dominación española en la Banda Oriental y Entre Ríos, con López Jordán, Zapata y Díaz Vélez...

Ella suspiró profundo –como si quisiera espantar algún mal presagio-. Él la acomodó a su cuerpo y deslizó su mano por la espalda –levemente transpirada pese al frío- hasta su pequeña cintura y acarició sus amplias caderas de amazona, acostumbrada a montar en pelo, aplastada contra el cuerpo de la cabalgadura y con la cabeza protegida por el pescuezo.
Así comenzaron un nuevo juego amoroso, como si quisieran evadirse de la tristura.
Vitales, dieron gusto a sus cuerpos hasta el éxtasis. En la modorra posterior, ella visualizaba su imagen montando –lanza en mano- junto a su Pancho, atravesando las cuchillas.
Él, como si sus cerebros –además de sus cuerpos- se activaran sincrónicamente, rememoró su cuartel general, en el Arroyo de la China, donde disciplinó rigurosamente e instruyó a sus tropas, con la aspiración de actuar en su Entre Ríos natal, sin desairar a Artigas.
Revivió el sometimiento de Hereñú al gobierno de Buenos Aires –que lo nombró comandante- para que se alzara contra Artigas.
Otro tanto hicieron Corea en Gualeguay, Evaristo Carriego en Paraná y Samaniego en Gualeguaychú. Reavivó en su mente los esplendore de su gloria –la dispersión de las fuerzas de Correa y Samaniego- y cuando Buenos Aires envió a Marcos Balcarce con refuerzos –para unirse a Hereñú, Correa y Samaniego, los volvió a derrotar en Saucecito el 25 de marzo de 1818.
Quedó dueño de la provincia –a la que organizó militarmente- se erigió en gobernador y ascendió a general. A partir de entonces se hizo llamar Supremo Entrerriano...
El alerta del centinela los despabiló y, sin necesidad de decirse una palabra, volvieron al campamento.

Las tropas esperaban a su jefe, pero mucho más a su mujer. Emanaba de ella una dignidad interior –aún sin ropas de combate- que la diferenciaba de las otras mujeres que acompañaban a los soldados.
El poncho raído le cubría la chaqueta y los pantalones, hasta las botas, como el manto de una reina.

Se acostaron y ambos fingían dormir. Sus vigilias eran perturbadas por funestos presentimientos, que agrandaban los leves ruidos de la noche. Ambos habían disfrutado de la sensualidad de la victoria y el poder, ahora sólo un gran triunfo sobre el gobernador de Córdoba (Bustos) podría revertir el camino descendente.
En Cruz Alta se jugó el destino de Pancho y Delfina. Bustos resistió la embestida de Ramírez y Carrera y los hizo retirarse hasta Fraile Muerto, donde se separaron, Ramírez pretendía llegar a Entre Ríos.
Lamadrid y Bustos persiguieron a Carrera, López se encargó de Ramírez. Sin embargo fue Francisco Bedoya –gobernador sustituto de Córdoba- quien obligó al entrerriano a salir de las sinuosidades de la sierra. Lo persiguió hasta San Francisco y lo derrotó completamente.
Huía con su compañera y cinco o seis fieles soldados, cuando advirtió que la Delfina había quedado rezagada, en poder de sus perseguidores. Contra toda lógica y los gritos de sus hombres, volvió para rescatarla.

El pistoletazo del capitán Maldonado acabó con la vida de un hombre que quería salvar a su mujer y a su Patria –era el 10 de julio de 1821- sólo tenía treinta y cinco años. Su cabeza fue enviada a Estanislao López y exhibida en el cabildo de Santa Fe.
El comandante Anacleto Medina –atravesando el Chaco- llevó a Concepción del Uruguay a la compañera de Ramírez, donde murió el 27 de junio de 1839.

La imaginería popular creó la leyenda de las hazañas y pasiones de entrañable pareja. Algunos creían oír –cuando ululaba el viento por la cuchillas- el grito desesperado del gran entrerriano:
¡¡¡DELFINA!!!.

lunes, 28 de septiembre de 2009



TOCATA Y FUGA

AUTOR ROBERTO MIÑOS

Recostado en su sillón, Agustín disfrutaba de la música clásica que tanto amaba, y ese disco era uno de sus preferidos; lo transportaba, lo ayudaba a evadirse de una realidad que él no se animaba a cambiar.
Los últimos compases de "Jesús alegría del hombre" lo habían adormilado, cuando un ruido proveniente de la cocina le hizo entreabrir los ojos.
Como si estuviera mirando a través de un velo vio parte de esa realidad; allí estaba de espaldas Agustina, su mujer: siempre con esas chancletas que parecían formar parte de sus pies, siempre con los ruleros puestos, que sólo se sacaba por las noches para volver a ponérselos al día siguiente y sobre todo con ese ridículo batón a rombos que la hacía parecer un grotesco arlequín, pensó Agustín con rabia creciente, ¡seguro que con el cigarrillo en la boca! se acicateó.
Cuando el órgano de Richter comenzó el segundo tema del disco, Agustín sintió una descarga.
La música, dramática en ese momento, comenzó a martillar con furia su cabeza.
El órgano aumentó su potencia como reclamaba la pieza y él sin saber cómo, se encontró detrás de Agustina.
Cuándo tomó el cuchillo que estaba sobre la mesada, ella se dió vuelta sorprendida por el movimiento que alcanzó a ver de reojo.
El cigarrillo que tenía en los labios, cayó al ver el brazo alzado de su marido, y sólo atinó a levantar los suyos en actitud defensiva, mientras él con furia en el rostro y la música golpeando dentro de su cabeza, clavaba una y otra vez el cuchillo.
Agustín tuvo la extraña sensación de estar mirando la escena desde afuera y cuando el cuerpo de su mujer comenzó a desplomarse casi al ritmo suave de la "fuga" sonrió.
Estuvo un tiempo observando el cuerpo caído, luego lentamente, volvió a su sillón.
Con una expresión serena en el rostro y los ojos cerrados se sintió transportado por la música, cuándo una especie de resoplido lo sacó abruptamente de su ensueño. Miró sorprendido hacia el tramo superior de la escalera, vió allí a Agustina moviendo los labios y comprendió que hacía un momento que ella le estaba hablando.
-¿Estás sordo Agustín?- graznó.
-¡Bajá a buscarme la bolsa del mercado!, sabés que no puedo subir con ella, pero antes cruzá al almacén y traeme una botella de vermouth- y siguió con tono imperativo- y sacá esa porquería de música que estás escuchando; ¡poneme la que a mí me gusta!
Cabizbajo, con movimientos lentos, Agustín guardó su joya musical y colocó el disco de su mujer; se dirigió a la escalera y comenzó a bajar en el momento que desde la bandeja, empezaba a oírse la voz de Palito Ortega.
TARDE LITERARIA CON CRUZADA DE DELETREO



Niñez vengada

AUTORA: Laura Izquierdo
Al maestro con cariño por tantas
alegrías y triunfos.

Odio levantarme temprano los domingos y Luís lo sabe, estoy seguro de que solo para fastidiarme eligió este día para revisar las cosas que quedaron en nuestra antigua casa familiar. El viejo inmueble por fin tenía un seguro comprador y era hora de deshacerse de los pocos trastes que aún quedaban en el lugar. Los muebles y alguna que otra cadenita, anillo o reloj ya habían sido repartidos equitativamente entre los dos (mejor dicho entre Marta y Celina, nuestras esposas)
- No sé para que tenemos qué perder el tiempo, si ahí ya no queda nada que valga la pena, estoy segura de que tu cuñada con tal de no limpiar ella sola, te convenció para ir un domingo, el único día que estás en casa.
El sonido amorfo de la voz de Marta me llegaba tan distante, ¡si ella supiera…!¿Para qué? no entendería...
Yo sabía por qué quería estar ahí cuando se vaciara por completo la casa…
Yo sabía que ahí estaban todavía…
Yo sabía dónde mamá los había guardado cuando a Luís le quedaron chicos…
Yo sabía que era hora de vengarme…
Yo sabía…
Finalizaba el año `73, el 28 de noviembre, desde el viejo televisor blanco y negro toda la familia miraba el partido que trasmitían desde Italia por la final de la Copa Intercontinental, Independiente –Juventus. Todavía la imagen de Bochini gambeteando tanos está grabada en mi retina ¡como grité ese gol! ¡cómo quise ser yo también un jugador del Rojo y darle un pase de gol al Maestro! Tenía apenas diez años y Luís dos menos aunque siempre fue más alto y gordito que yo.
Los botines que lucían relucientes desde la vidriera de la zapatería del barrio, parecían invitarme a patear todos los penales del mundo.
Eran negros con dos franjas blancas en los laterales, ocho ojalillos a cada lado por donde pasaban los cordones grises, los tapones altos, 16 en cada botín, igualitos a los de los jugadores de primera.
Todos los mediodías cuando veníamos de la escuela, yo me detenía a admirarlos, a desearlos, a pedírselos a la vieja una vez más…
- ¡Dale má, comprame los botines, mirá que me saqué otro diez en la escuela hoy!
Prometo hacerte todos los mandados durante un mes sin protestar. Si me los comprás no te pido más nada, ni para mi cumpleaños, ni para Navidad, ni el día del niño, ¡dale mamita!
Mamá me pasaba la mano por los hombros empujándome de al lado de la vidriera.
- ¡Vamos Tato que se enfría la comida!
- Yo también quiero los botines, empezaba Luís.
- ¡para ninguno de los dos, vamos a casa!
Luís no jugaba al fútbol, pero siempre quería lo que yo tenía, heredaba mi ropa, mis juguetes, siempre quería lo que era mío, y siempre lo conseguía. Así fue como en su cumpleaños, su padrino, hombre acaudalado, apareció con una caja rectangular con los botines dentro.
Yo me quedé duro, no lo podía creer. Luís me miró inocentemente y cuando nadie lo vio me sacó la lengua con la caja bajo el brazo corrió a su cuarto.
Los viejos trataron de consolarme, los botines eran muy caros, ellos no podían y yo no contaba con un padrino de guita.
Busqué mil maneras de negociar con mi hermano, le cedí todos mis soldaditos, las bolitas, hasta el álbum de Independiente Campeón completo, pero el muy turro jamás transó. Intenté robárselos de las maneras más disparatadas, pero fue inútil, no me dejaba siquiera tocarlos. Nunca se separaba de ellos y por las noches los escondía bajo la almohada y dormía abrazado a ella.

Llegamos al mismo tiempo. Nos saludamos y entramos por el jardín. La tarea nos demandó casi todo el día y al fin, cuando solo quedaba un rincón oscuro en el último estante tapado por un trozo de lona de la vieja pileta, ahí tome en mis manos la caja rectangular conservada en muy buen estado cubierta de polvo. Con manos temblorosas levanté la tapa…estaban esperándome, negros, con dos rayas blancas a los costados, ocho ojalillos a cada lado donde pasaban los cordones grises, dieciséis tapones en cada uno…Los botines de fútbol con los que soñé hacer un pase de gol al Bocha.
Cerré la caja, nos despedimos de nuestra niñez y a punto de subirnos a nuestros respectivos autos no me pude resistir…
- Luisito,¡ mirá que tengo! Le mostré la caja y sus ojos sorprendidos no llegaron a advertir el corte de manga que le hice antes de irme.
Ya es de noche, me acuesto y abrazo, bajo la almohada, los botines de Luisito.
Las chicas de los jueves



Rodrigo Tacacho, Beatriz Cobos y Juanita Walfisch



LAS GANAS DE FUMAR

AUTORA FERNANDA VALIENTI

Hasta las nueve tengo tiempo para decidir. De cualquier manera sé que van a matarme, les entregue o no los originales.
Si supieran que fue en vano golpearme y revolver toda la casa en busca de esos papeles. No se imaginan que siempre llevo los manuscritos de mi último trabajo en el bolsillo interno del sobretodo, enrollados, por las dudas.
Pero... ¿Podré soportar otra sesión de torturas sin flaquear?. Más que el cuerpo me duele la traición de Alicia. Recuerdo sus palabras cuando le hablé del argumento: “Con esta novela sí que vas a saltar al estrellato. ¡Cuánto me alegro!”.
Hoy me vengo a enterar que estaba involucrada con los mismos tipos que... ¿La habrán tentado con guita?. Desde este cuarto sombrío puedo oír su risa. ¡Mi mejor amiga! ¡Mi confidente! ¡Qué estúpida fui!.
¿Y si les entrego lo que quieren? Tal vez de verdad me perdonen la vida. Acaso Alicia interceda por mí en honor al cariño que algún día nos unió.
Igual, ya no me dejarían tranquila. ¿Valdría la pena seguir en este mundo bajo amenaza y asedio eternos?.
Peor aún. Sin mi literatura no sería nada. Se acabarían los sueños, la libertad se convertiría en cárcel del espíritu. El ingenio mudo, las letras amordazadas, la creación expropiada...
Faltan apenas cuarenta minutos. Ya elegí. Ahora soy la dueña absoluta de mi destino.
Las ganas de fumar son incontenibles (siempre festejo fumando la concreción de una idea). Golpeo la puerta llamándola a Alicia. Le prometo información a cambio de un puñado de tabaco. Sabe que adoro armar mis propios cigarros.
Enseguida está de vuelta con el paquete. Queda algo más de un cuarto de hora. Es suficiente.
Ellos, en el cuarto contiguo, caminan frenéticos, murmuran, se los oye ansiosos.
Yo aquí, tranquila en este rincón mugriento. Aguardando triunfante mientras veo cómo, pitada tras pitada, se va haciendo humo la mejor novela de toda mi vida.
Grupo de taller de los viernes en Centro Cultural Barracasal Sud




LA CAUDILLA
Autor: Américo Barracha

Como un anuncio de la declinación de su estrella, sintió Francisco Ramírez la derrota de 1821.
Reunió unos cuatrocientos hombres y huyó hacia el interior del país. Se encontró con el caudillo chileno José Miguel Cabrera el siete de junio, a orillas del rió Tercero, juntaron mil hombres y decidieron emprender una campaña contra Bustos, gobernador de Córdoba.

Vivaqueaban en una abra –rodeados de talas y espinillos- cubiertas las espaldas. Los fuegos eran celosamente cuidados para no denunciar la posición. Ambos caudillos –cautelosamente- planificaban la maniobra, haciendo las marcas en el suelo. La Delfina se acercó...
_Mi general...
_¡Espéreme! _Fue la respuesta-orden de Ramírez.
Arrebujada en su poncho, caminó lentamente hacia el río. Un centinela, sobre un montículo, hacía guardia.
El general la alcanzó y le hizo apurar el paso. El soldado advirtió:
_No se alejen mucho, el bicharaje parece alborotado, como si alguien estuviera husmiando...
_¡Mantengasé alerta!

La noche de junio –tachonada de estrellas- hacía presumir helada de manto blanco. Cuando calcularon que estaban a cubierto de miradas indiscretas, se abrazaron y se besaron con ardor.
Ella había recogido una ramita de yerba buena y la tenía en su boca, mordisqueándola. Como si el aroma de sus labios exacerbara su amor de potro salvaje, él la ahogó en besos y cariñosos mordiscos, mientras recorría su cuerpo con las manos.
Buscaron un refugio entre dos árboles –donde acomodarse- y se poseyeron con desenfreno. El atavismo de las amazonas, que recibían, sólo una vez al año a los hombres en el Ponto Euxino para procrear, surgió inconsciente en ella.
_¡Pancho! ¡Quiero un hijo! Un hijo tuyo...
acallados los estertores de l pasión, ella se arrebujó en sus brazos y con los ojos entrecerrados, miraba la lejanía. El alcanzó a ver con el claror que descendía de esa miríada de estrellas, dos diamantes en las comisuras de sus ojos.
_¿Por qué sufre, mi prienda?
_Este Carrera no puede ser su aliado...
_Sabe que no me gusta que se meta en cosas de hombres.
_Cuando me metí, y me hizo caso, no le fue mal. Hay cosas que las mujeres intuimos sin razonarlas. Éste es un bandido y usted un hombre que lucha por la Patria.
_¿Patria? ¿Después de todo lo que he padecido por ella? Mi patria es usted, mi vida...

Dialogaban ausentes. Ella recordaba el día que lo vio por primera vez, el flechazo que sintió. Apenas unos tres años atrás y su inmediata simbiosis: amor, ideales, pasión, luchas... –su total transformación-.
Él creyó ver, en el rielar de un río cercano, su figura de hacendado joven cuando se asoció con la causa de 1810 como chasquero entre Díaz Vélez y Rondeau, y luego se levantó en armas contra la dominación española en la Banda Oriental y Entre Ríos, con López Jordán, Zapata y Díaz Vélez...

Ella suspiró profundo –como si quisiera espantar algún mal presagio-. Él la acomodó a su cuerpo y deslizó su mano por la espalda –levemente transpirada pese al frío- hasta su pequeña cintura y acarició sus amplias caderas de amazona, acostumbrada a montar en pelo, aplastada contra el cuerpo de la cabalgadura y con la cabeza protegida por el pescuezo.
Así comenzaron un nuevo juego amoroso, como si quisieran evadirse de la tristura.
Vitales, dieron gusto a sus cuerpos hasta el éxtasis. En la modorra posterior, ella visualizaba su imagen montando –lanza en mano- junto a su Pancho, atravesando las cuchillas.
Él, como si sus cerebros –además de sus cuerpos- se activaran sincrónicamente, rememoró su cuartel general, en el Arroyo de la China, donde disciplinó rigurosamente e instruyó a sus tropas, con la aspiración de actuar en su Entre Ríos natal, sin desairar a Artigas.
Revivió el sometimiento de Hereñú al gobierno de Buenos Aires –que lo nombró comandante- para que se alzara contra Artigas.
Otro tanto hicieron Corea en Gualeguay, Evaristo Carriego en Paraná y Samaniego en Gualeguaychú. Reavivó en su mente los esplendore de su gloria –la dispersión de las fuerzas de Correa y Samaniego- y cuando Buenos Aires envió a Marcos Balcarce con refuerzos –para unirse a Hereñú, Correa y Samaniego, los volvió a derrotar en Saucecito el 25 de marzo de 1818.
Quedó dueño de la provincia –a la que organizó militarmente- se erigió en gobernador y ascendió a general. A partir de entonces se hizo llamar Supremo Entrerriano...
El alerta del centinela los despabiló y, sin necesidad de decirse una palabra, volvieron al campamento.

Las tropas esperaban a su jefe, pero mucho más a su mujer. Emanaba de ella una dignidad interior –aún sin ropas de combate- que la diferenciaba de las otras mujeres que acompañaban a los soldados.
El poncho raído le cubría la chaqueta y los pantalones, hasta las botas, como el manto de una reina.

Se acostaron y ambos fingían dormir. Sus vigilias eran perturbadas por funestos presentimientos, que agrandaban los leves ruidos de la noche. Ambos habían disfrutado de la sensualidad de la victoria y el poder, ahora sólo un gran triunfo sobre el gobernador de Córdoba (Bustos) podría revertir el camino descendente.
En Cruz Alta se jugó el destino de Pancho y Delfina. Bustos resistió la embestida de Ramírez y Carrera y los hizo retirarse hasta Fraile Muerto, donde se separaron, Ramírez pretendía llegar a Entre Ríos.
Lamadrid y Bustos persiguieron a Carrera, López se encargó de Ramírez. Sin embargo fue Francisco Bedoya –gobernador sustituto de Córdoba- quien obligó al entrerriano a salir de las sinuosidades de la sierra. Lo persiguió hasta San Francisco y lo derrotó completamente.
Huía con su compañera y cinco o seis fieles soldados, cuando advirtió que la Delfina había quedado rezagada, en poder de sus perseguidores. Contra toda lógica y los gritos de sus hombres, volvió para rescatarla.

El pistoletazo del capitán Maldonado acabó con la vida de un hombre que quería salvar a su mujer y a su Patria –era el 10 de julio de 1821- sólo tenía treinta y cinco años. Su cabeza fue enviada a Estanislao López y exhibida en el cabildo de Santa Fe.
El comandante Anacleto Medina –atravesando el Chaco- llevó a Concepción del Uruguay a la compañera de Ramírez, donde murió el 27 de junio de 1839.

La imaginería popular creó la leyenda de las hazañas y pasiones de entrañable pareja. Algunos creían oír –cuando ululaba el viento por la cuchillas- el grito desesperado del gran entrerriano:
¡¡¡DELFINA!!!.

VICISITUDES DE LA ESCRITURA

AUTOR DANIEL JUANISKY

El cuarto era casi hermético, salvo por la ventana, pequeña, ubicada en mitad del salón, a través de la cual entraba un poco de la luz de la tarde de aquel otoño. Cuando comencé con mi declaración el sol iluminaba y calentaba mis pies, luego fue subiendo, por un momento me tuve que desplazar con la silla hacia la izquierda, para que me diera justo en los ojos, pero al cabo de unos minutos dejó de molestar y fue a dar directamente contra la pared de costado para, más tarde desaparecer.
-¿Qué estaba haciendo usted en la tarde y la noche del día veinticuatro de Julio pasado?- Me preguntó el juez, de manera fría y cortante.
Yo, instalado en el banquillo, mirando el vaso con agua, dudé un instante antes de contestar. Porque, y díganme ustedes si me equivoco, uno se encuentra sentado ahí, sintiendo todas las miradas acusadoras, menos la del propio abogado, claro está, y encima le preguntan sobre una tarde y una noche en particular, sabiendo que no hay margen de error posible para lo que uno vaya a responder, que no hay vuelta atrás, porque si se equivoca o duda en el más mínimo detalle o comentario, para luego corregirlo, en ese preciso instante, se cuelga el cartel de culpable del cuello, para no sacárselo nunca más. Entonces, uno hace todo este razonamiento y se pone a rememorar los acontecimientos de aquel día, tal y como sucedieron, y asegúrenme ustedes que no van a titubear ni siquiera por un segundo.
-Bueno… ese día… creo que por la tarde estuve caminando por el zoológico… trabajando en mi nueva novela… ehh… ¡Sí! Estuve en el zoológico y salí de allí alrededor de las cinco, o tal vez eran las seis, ahora no recuerdo bien, luego… a ver… déjeme recordar… Creo que salí por la puerta principal, crucé hasta el Botánico, pero no entré y seguí caminando por Santa Fé…- Cuando agarré el vaso noté que mi mano temblaba, de manera leve, casi imperceptible, pero temblaba y el juez que no dejaba de mirarme fijo mientras yo bebía agua. Después me pasé la mano por la frente y la sentí húmeda, eran pequeños detalles que no podía dejar que aflorasen. Traté de calmarme, seguramente de esa manera podría hilar mejor el relato.
Estaba tratando de respirar pausadamente, cuando la voz del juez, monocorde y distante, me trajo de nuevo a la realidad.
-¿Usted sólo cree o está seguro de que estuvo donde dice que estuvo y de que caminó por donde dice que caminó?- El tono era el mismo que antes, sólo que ahora, para aumentar mis nervios, le había agregado una pizca de ironía.
-Ehh… con respecto al zoológico le diría que estoy seguro, luego…, bueno… sé que caminé. No recuerdo es este momento por dónde, pero sé que caminé.- Creo que a esta altura mi mirada imploraba un poco de clemencia.
-¿Tendría usted, por casualidad, el talón de la entrada o algún otro comprobante de algo que haya comprado allí dentro?-
Yo sentía que cualquiera fuera mi respuesta él ya tenía el veredicto, y el cartel de culpable, que con tanto titubeo me había colgado del cuello, iba aumentando de tamaño minuto a minuto.
-No. La entrada la tiré apenas salí de allí. Y la verdad es que no compré nada ahí dentro. Ehh… ¡No! ¡Sí!- Otro titubeo más y otra duda se agregaban a la enorme lista. Ya no tenía ningún tipo de control sobre mis ideas y, peor aún, sobre lo que salía por mi boca. -¡Sí! Compré una botella de agua, pero también tiré el ticket…- Me quedé unos segundos en silencio y luego de improviso arranqué otra vez. -¿O acaso usted o alguien del jurado guardan todos los tickets, entradas, recibos y facturas que día a día les dan, por si tienen que probar qué hacían en tal o cual momento?- Miré al juez, luego al jurado y por último a mi abogado, éste me observaba impávido, no lo podía creer, supongo que en ese instante le hubiese gustado, como si fuera una película apretar stop y rebobinar la cinta, y la verdad es que a mí también, pero ya era demasiado tarde, había sucedido, mi gran boca no pudo controlarse y se abrió, y lo peor es que toda esa incontinencia verbal hizo enojar, aún más, al juez.
-¡No sé el resto del mundo, señor. Pero yo no necesito guardar ningún tipo de comprobante, porque no debo probar que soy un inocente escritor y no el asesino del protagonista de mi novela. El cual apareció de manera sugestiva, ahorcado en Retiro, con un cinturón similar al que mi esposa me regaló para el último aniversario!- En ese momento mi abogado hizo un gesto con la mano, para tratar de pedir la palabra, pues el juez estaba actuando de manera arbitraria, pero éste lo fulminó con la mirada y siguió con su monólogo. -¿¡Tiene algo más para decirnos, quiere agregar algún otro comentario antes de que se reúna el jurado!?- Una sonrisa maléfica se dibujaba en el rostro del juez.
Miré al jurado, luego giré la cabeza y observé a mi abogado y por último clavé la mirada en el juez. Tomé los originales de mi novela que tenía sobre las piernas, caminé hacia el estrado y los coloqué allí con furia.
-¡Muy bien, tiene razón! Aquí están los originales de la novela en cuestión. Si se fija en la página ciento setenta y nueve, el segundo párrafo comienza con un diálogo, que luego fue borrado por mí al publicarlo. Dicho diálogo era entre el protagonista y yo, en esa conversación lo cito al maldito el viernes veinticuatro de Julio a las nueve de la noche en retiro, junto a la Torre de los Ingleses. Para ser más exacto, lugar donde apareció colgado el cretino. Voy a obviar los detalles acerca de cómo le di muerte al tipejo, sólo me voy a limitar a decir que este desenlace estaba absolutamente justificado, pues él ya venía desde la página sesenta y tres, si quiere observar,- dije buscando la página mencionada y marcando con el dedo índice el lugar preciso - coqueteando con mi esposa, y no respondía para nada a lo que estaba escrito. ¡Actuaba como se le daba la gana! Por eso dígame usted, ¿qué opción tenía?, ¿dejar que tome las riendas del relato? ¡De ninguna manera! ¿Qué siguiera seduciendo a mi esposa? ¡Menos aún! Entenderá entonces, señor juez, el por qué de semejante final y que la muerte de este aprendiz de Casanova estaba escrita de antemano.-