lunes, 21 de diciembre de 2009

CAMBIO DE PIEL

DIANA DE MENDONCA

Apareció de la nada. Pero fue notorio, allí estaba.
Tenía un cuerno enhiesto en la gelatinosa cabeza, textura que contrastaba con el resto del cuerpo .Su aspereza, cuando logré tocarlo, me hizo recordar las reiteradas sequías que asolaban el lugar.
Soledades de campos yermos por los castigos inflingidos al planeta.
Apareció de la nada y desafió al viento que no lo detuvo. Su consistencia de liviandad hacía que tambaleara, retrocediera y arremetiera pero seguía oscilando ante mis cansados ojos.
¿Para qué vino?, ¿Qué o quién era?...su aspecto contrahecho, sensible al manoseo, desgranándose por partes ante las diferentes presiones de los aires, de los vientos, me sacó del ostracismo acostumbrado.
No tuve miedo al tocarlo. Lo hice lenta, muy lentamente. Vi su palidez extrema…¿Nadie lo habría tocado en la orfandad de su vida?...la aspereza era mayor en determinado sectores. Quedó inmóvil y en medio de esa quietud parecía un náufrago silente en un mar terrestre.
Al apoyar mis manos haciendo más presión, noté que el cielo comenzaba a oscurecerse. No sé movió, no me atacó.
Descubrí detrás del cuerno unos ojos tiernos poseedores de cierta humedad; Por éstos lugares hacía tanto tiempo que no había humedades ni rocíos…tanto, que ni nos acordábamos como era llorar.
Acaricié su rostro, tan contrahecho como el resto; al hacerlo sentí una ansiedad creciente. Bajé en la caricia por su pecho desprovisto de músculos; el cielo se oscureció más. Densos nubarrones envolvieron la reseca nostalgia del lugar.
Avanzó. Vi como poco a poco sus alas perdían las plumas para convertirse en cálidos brazos. Me atrajo hacia él. Continué sin atisbo de miedo. Otro sentimiento comenzaba a movilizarme.
Deslicé mis manos por las piernas laceradas. El cielo oscureció más. Su piel, como una especie de encaje sutil comenzó a desgranarse en el suelo.
Al tocar ambos lados de su cuerno, éste fue achicándose, retrocediendo.
Apareció en su lugar un perfil humano y los ojos, que arrojaban lágrimas de alivio, se clavaron desesperadamente en los míos.
Me apretó con los brazos recién nacidos que se tornaron musculosos y fuertes ante el contacto. Quedamos adheridos átomo a átomo.
La negrura de una noche en medio de la reseca mañana descendió al lugar y al corresponder al abrazo de la figura decididamente humana, la lluvia comenzó a tallar en la sequía del terreno, el verde de la esperanza…la maravilla de la vida.
Ya no me importa para qué vino, ni quien quiera que haya sido.
Tomé al hombre, que mutó gracias al influjo del amor, como talismán para no dejarlo nunca.
Ahora, mi corazón late a su ritmo y juntos disfrutamos del río que nos lleva sobre su antigua piel hacia el valle donde levantaremos la cosecha el próximo verano.

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